Oscar Wilde: su moral y la nuestra
Oscar Wilde personifica como pocos al escritor que deja clara la escasa relación entre belleza y moral: siempre proclamó su incansable búsqueda de lo bello por encima de cualquier consideración moral. O, dicho de otra forma, si es hermoso, poco importa que sea moral o no. ¿Implica eso un relativismo ético? Para nada: Dorian Gray se porta mal. Objetivamente mal, a ojos del narrador. El conflicto entre bien y mal vertebra por completo la novela.
¿Fue Oscar Wilde antisemita?
Hago esta introducción porque desde nuestro sillón, cómodamente apoltronados, tenemos tendencia a juzgar a los escritores del pasado bajo estándares actuales. Destacamos aquellos aspectos de sus vidas o de sus ideas que concuerdan con nuestros cánones morales, y en cambio corremos un tupido velo sobre otros que nos resultan incómodos. Hasta cierto punto es natural, pero hay que hacer un esfuerzo por evitarlo.
Wilde el rebelde irlandés. Wilde el socialista subversivo. Wilde el mártir gay. Todas esas imágenes las manoseamos a conveniencia hasta desgastarlas. Que fuera protomártir de la causa homosexual atrae nuestra simpatía, y de eso se ha hablado profusamente. Menos simpática es la posibilidad de que fuera antisemita, y de eso voy a hablar, pero más que nada porque es un tema no tan tratado.
Me llamó mucho la atención en la novela el retrato que hace de los pocos personajes judíos que aparecen, especialmente el empresario.
El empresario teatral
«Guardaba la entrada un judío horroroso con el chaleco más raro que he visto en mi vida. Fumaba un puro apestoso. Tenía el pelo rizado y grasiento, y un enorme diamante que le brillaba en mitad de la camisa manchada. «¿Un palco, milord?», dijo al verme. Y se quitó el sombrero con un servilismo magnífico. Algo en él me divirtió, Harry. Menudo monstruo».
«La primera noche que estuve en el teatro, aquel horrible anciano judío se acercó al palco después de que terminara la representación y se ofreció a llevarme entre bastidores para presentármela».
«Estoy seguro de que los dos os daréis cuenta de su talento. Después la arrancaremos de las garras del judío. Está atada a él por un contrato de tres años, es decir, dos años y ocho meses desde el momento presente».
«Por la razón que fuera, aquella noche el teatro estaba abarrotado, y el orondo dueño judío que los recibió en la puerta resplandecía de oreja a oreja con una sonrisa febril, untuosa».
El pianista
«Había una orquesta deleznable dirigida por un chico judío ante un piano destartalado que casi me pone en fuga».
El doctor judío
«Giovanni Battista Cybo, que burlonamente tomó el sobrenombre papal de Inocencio, cuyas venas moribundas un doctor judío quiso cebar con la sangre de tres niños».
Si solo nos quedamos con esto parece difícil negar el arrebato antisemita de Wilde. Algunos académicos como Christopher S. Nassaar, sin embargo, ven en la descripción del empresario un simple juego paródico en el que el autor se mofa de los estereotipos victorianos. Sea como fuere, Wilde es hijo de su tiempo, un tiempo en que el antisemitismo, como la eugenesia o el espiritismo, campaban a sus anchas incluso entre intelectuales de prestigio. Que el lector saque sus propias conclusiones pero, sobre todo, que disfrute de la inmensa belleza de esta novela.